Desarrollo psicológico del niño de 2 a 3 años

15.04.2018

Alrededor de los 2 años, el Sistema Nervioso del niño alcanza la madurez necesaria para acceder a nuevos aprendizajes y coordinar mejor sus movimientos, pero no para desarrollar su capacidad de detener la acción y de controlar su voluntad. Es por esto que le es más fácil comenzar una acción, que dejar de hacerla, lo que hace que, en ciertos momentos, pueda hacer rabietas, pegar y/o morder, dar patadas, etc. También a esta edad el control de su postura le permite ponerse de puntillas, intentar mantenerse sobre un pie, apilar en equilibrio más cubos que antes, y otras acciones similares. El movimiento es para él una necesidad, así como una fuente de placer.

Una nueva adquisición señalará un importante avance en la autonomía del niño, como resultado de su madurez. Se va a ir produciendo el control, diurno sobre todo, de los esfínteres y, alrededor de los dos años y medio, también el control nocturno. Esta adquisición será aún frágil, de manera que cualquier cambio en el entorno del niño puede hacerle retroceder. En ese caso, se hace necesario ser muy comprensivo con él y no dramatizar más de la cuenta pues, en breve, volverá a recuperar dicho control.

Para que el niño vaya avanzando en su autonomía, habrá que asegurar que su curiosidad natural no se vea frenada, siempre y cuando no se ponga en peligro su seguridad ni la de los demás. Será esta curiosidad la que le impulsará a seguir aprendiendo. En la medida de lo posible, no deje a su alcance objetos susceptibles de prohibírsele, por peligrosos o frágiles. Si ello ocurre, es más conveniente distraer su interés hacia otro objeto antes que usar la prohibición.

El niño entra ahora en la llamada "fase del negativismo" o de oposición, en la que la actitud predominante va a ser de protesta o negación ante lo que se le dice o se pretende que haga. Su afán por demostrar su independencia, le hará a veces hacer sólo cosas prohibidas. El conocer la existencia de esta "crisis de los tres años" hará su obstinación más llevadera y comprensible. Un enfrentamiento rígido y abierto a su oposición sólo hará más difíciles las cosas y no le ayudará a superar esta fase. Si entra en rabietas, por pretender la satisfacción inmediata de sus deseos, habrá que intentar mantener la calma, sin intentar razonar con él, ni pegarle, y dejar pasar el momento crítico sin ceder en el motivo que la ha generado.

El niño de esta edad, generalmente, juega solo o junto a otro niño, en paralelo. No sabe aún compartir sus juegos ni sus juguetes con otros niños. Durante el mismo, cambiará con frecuencia de una actividad a otra, aunque predominarán las llamadas "actividades motoras importantes", tales como correr, trepar, arrastrar, y otras similares. En esta "edad mágica", el niño creerá todo lo que se dice. De ahí, que no debamos abusar de su credulidad: jamás le amenazaremos con la presencia de personajes malvados, ni con nuestro abandono o pérdida de nuestro afecto, pues el niño teme ser realmente abandonado. Es por ello que no debe utilizarse el miedo para hacerle desistir de aquellas conductas "no convenientes".

En este período, existe entre los niños gran desigualdad respecto al lenguaje. La estimulación del medio marca las diferencias, así como el nivel de inteligencia y de afectividad del niño. A esta edad, el vocabulario aumenta considerablemente: se pasa de las 150 palabras (a los dos años) a unas 1500 (a los tres años), aproximadamente. Podemos contribuir a enriquecer su lenguaje, hablándole, describiéndole las cosas que ve, lo que hace o ve hacer, siempre pronunciando con claridad y respondiendo a sus constantes preguntas. También es importante procurar no anticiparse a sus deseos antes de que los exprese verbalmente, ya que ello le llevará a ejercitar más el lenguaje.

El niño empezará a conocerse a sí mismo al final del segundo año, primero exteriormente, y luego interiormente. A los dos años reconocerá a otras personas. No debe olvidarse que los padres son los modelos a seguir por lo que hacen más que por lo que dicen. Asimismo, es conveniente favorecer el acercamiento del padre del mismo sexo al niño, para ir favoreciendo su identidad.


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