Adolescencia

10.04.2018

¿Cómo contener su rebeldía y su afán por romper las reglas? ¿Dónde está el límite entre su espacio individual y la dependencia que todavía, a esa edad, tienen de su familia? ¿Cómo frenar el deseo como padre o madre de saber todo lo que les pasa y controlar sus vidas, sin llegar a descuidarlos? A la hora de hablar de adolescencia, son múltiples las preguntas que preocupan a los padres. Las sicólogas Paula Serrano y Neva Milicic, columnistas de Revista Ya, esclarecieron estas interrogantes en la charla "Adolescencia de los hijos: desafíos de los padres", organizada por el Club de Lectores de El Mercurio, como parte del ciclo de charlas de revistas. En la ocasión, ambas especialistas hicieron su propio panorama de la adolescencia, con los conflictos y las demandas que los hijos requieren a esta edad de sus padres, y también al revés.

La importancia de vivir una crisis.
El desafío inicial al que invitan es a que los padres comprendan la importancia de que ellos y sus hijos desarrollen una buena adolescencia, ya que la vivencia de este período será determinante en cómo ese joven formará su camino hacia la madurez y el equilibrio propio del mundo adulto. "A veces uno se enfrenta en la consulta a adultos que explotan a los 40 o 50 años, cuando ya tienen familia, hijos y un trabajo que se pone en juego. De ahí la importancia de permitirles a los adolescentes serlo, hacerles sentir que son libres de tener las crisis que quieran, pero que también sientan que cuentan con unos padres que los contienen", argumenta Paula Serrano. "Los adolescentes están en un permanente ¡pego, pego, pego!, y necesitan en su camino alguien que les haga de pushing ball, pero que también, cuando sea necesario, les diga basta. Este apoyo no lo tiene una persona de 40 o 50 años, y de ahí lo necesario que es vivir este período en el tiempo en que se debe".
Los padres deben prepararse para acompañar, sin temores a sus hijos en este período de la vida. Pero, pese a tener la voluntad de hacerlo, son precisamente los miedos los que les desvían de este camino. El temor, por ejemplo, a enfrentar la crisis que implica que el niño forme su propio mundo. "La adolescencia empieza con una crisis; los niños echan fuera de su mundo a los padres, parecen no quererlos, les dicen esto es cosa de hermanos, no de mamá, fuera", expone la sicóloga Neva Milicic. "Se avergüenzan de uno, te dicen, mamá, ¿pero cómo te vistes así? Andan a tres pasos de uno en el mall, para que la gente no vaya a creer que andan con uno. Las mamás tienen una sensación de estar muy exiliadas, y eso les produce dolor. Pero eso ocurre porque muchas veces no toman estas conductas como parte de un tiempo normal y necesario".
En este escenario de aparente distanciamiento y rechazo por parte de los hijos, explican las sicólogas, los desafíos de los padres van más allá de entender la adolescencia como un período natural de la vida. Apuntan a que padre y madre aprendan a manejar el natural impulso adolescente de disentir y pelear; respetar en sus hijos sus necesarios espacios de autonomía, y conquistar instancias donde ambos puedan compartir en torno a un interés común, con el fin de que el niño sienta que, a pesar de que disiente del mundo adulto, también podrá encontrar en él apoyo ante un problema.
No tener miedo a pelear con el Hijo
No leer sus diarios de vidas ni registrar cajones.
Descubrir el niño que el adolescente lleva adentro.
Los factores protectores de la Adolescencia.

Durante la adolescencia, explica Paula Serrano, lo que hacen los niños es estar constantemente pegándoles combos a sus padres. Y quieren que esos golpes duelan, si no, no sirven. Lo que necesitan, entonces, son padres que peguen golpes de vuelta, que no tengan miedo de pelear.

"Cuando uso la palabra pelear, me refiero a que los padres sean capaces de oponer ante sus hijos el peso de la autoridad, de la relación y de las propias necesidades. Hay papás, por ejemplo, para los que un garabato no significa nada, pero llegar curado, sí. La cultura familiar es única; cada familia y persona tiene cosas que le parecen intrínsecamente insoportables. Y hay que entender que oponer esta autoridad no necesariamente es para conseguir algún resultado. No porque yo como mamá imponga mi autoridad, mi hijo necesariamente me va a hacer caso. Pero lo que sí hago es mantener mi rol".

Sin embargo, hay muchos padres que no se atreven a hacer este ejercicio. "Algunos, en vez de enfrentar este período con naturalidad, dicen ¿qué he hecho yo para producir este error en que vivo? Esta actitud, la de auto culparse, es muy mala para él".

Esto trae como consecuencia padres que no son capaces de poner límites. La especialista lo ejemplifica de la siguiente forma: "Me sorprenden los relatos de mujeres con hijos adolescentes que las tratan con malas palabras, a los que les toleran mentiras flagrantes con esta idea atrás de que todo esto es culpa mía. Estas madres se enojan, pero no paran a sus hijos con un: me insultaste. ¿Tú estás loco? Eso se acabó. No es que el niño vaya a dejar de insultarla, pero esa madre necesita preservar su relación de mamá con él, porque no es ni su amiga, ni su sicóloga".

Lo peor que le puede pasar a un niño, apunta la especialista, "es pegar contra una superficie en la que no rebota. Necesitan una superficie que resista el golpe. La pelea no es ruptura. El silencio es ruptura. El amor no tiene que ver con la compostura, nunca ha tenido que ver con la compostura. Mi consejo es no dejarse dominar por la culpa y por la idea de que a los niños a esta edad hay que comprenderlos y no contradecirlos. Opónganse, opónganse, opónganse, porque una cosa es que los padres entiendan lo que le pasa al hijo, pero otra muy distinta es avalar cosas que no están dentro de lo que se considera bueno para los valores, la cultura o la estética de una familia".

Otra pieza fundamental que deben aprender los padres es tolerar un espacio para que los adolescentes puedan descubrir su identidad, intereses y camino a seguir sin la gran sombra de su familia. Y esa autonomía, explica la sicóloga Neva Milicic, va desde la independencia en la forma de vestir hasta la vital confianza que un niño necesita ganarse de sus padres. "Partir sobre la base de la desconfianza es como poner un ladrillo en la cabeza del niño, que opera como profecía auto cumplida. Hay transgresiones que los niños necesitan hacer, y lo que uno debe desarrollar como padre es una mirada para distinguir cuándo constituye realmente un riesgo. E incluso, cuando son situaciones complicadas, siempre tienen que existir oportunidades de cambio".

Los padres deben ser capaces de respetar la intimidad del adolescente. "Las puertas cerradas deben respetarse. Los diarios de vida no deben leerse. Cuando una madre los lee, queda atravesada por lo que dicen y no puede pensar en otra cosa cuando está con su hijo, y se produce un enfriamiento de la relación, ya que hay una presencia distanciadora muy grande".

Paula Serrano agrega: "En ese sentido, me gustan más los hombres, porque son menos enrollados que las mujeres, menos controladores en su paternidad de lo que somos nosotras en nuestra maternidad. Yo veo a las mamás registrando diarios de vida o abriendo los cajoncitos por si hay marihuana, en esta angustia permanente donde creen que si se informan de todo, están salvadas".

Así como hay que darles confianza para que tomen sus decisiones, también hay que dejarles un espacio para que hagan tonterías, travesuras, y también para que cometan errores. "Deben tener un cierto nivel de libertad. Pero estamos en todo, nos metemos en todo, ¿cuál es el espacio que tiene el niño para ser maldadoso, para ser opositor? Propongo hacer un acto de confianza. Lo que ya hicimos con los niños, lo hicimos. Lo que nos toca ahora es estar ahí, cuidarlos. Pero no vivir el control desatado, que les impide tener esos espacios de libertad para ser maldadosos que no podrán tener como adultos", describe Paula Serrano.

No siempre los adolescentes quieren estar en guerra con sus padres. Hay momentos en que necesitan o desean retroceder un escalón y volver a ser dóciles, refugiarse en su familia o bien compartir con sus padres un momento de relajo y diversión. "Los adolescentes siempre tienen un niño de dos años adentro", ilustra Neva Milicic, "y les gusta que uno de vez en cuando les deje un chocolate en su mesa, o la colonia que les gusta, o mandarles a enmarcar una foto. Esos pequeños gestos de cuidado son ocupaciones y preocupaciones, no invasión".

Esas son las instancias que deben aprovechar los padres para acercarse a sus hijos "y educar ese huequito de los padres que todavía engancha con los adolescentes, y usarlo", complementa Paula Serrano. "Como la madre que cuenta: siempre queda un par de cosas en que no me cuesta relacionarme con mi hijo. Le encanta ir conmigo al Parque Arauco a ver discos. Le encanta ir a comer cheesecake al Tavelli. Ese huequito hay que trabajar por mantenerlo, porque es el que va a hacer posible que la niña llegue a decir: mamá, estoy en un pololeo en que él me exige relaciones sexuales. Si existe en el cheesecake ese espacio chiquitito donde la mamá es mamá, el niño es niño y donde hay esta buena onda que había antes, el adolescente tenderá a ir con mayor facilidad a ese espacio de amistad, de cariño, espacio más pegaditos, cuando tenga una dificultad grande. Es una responsabilidad nuestra mantener eso".

La Sicóloga NEVA MILICIC realiza una serie de recomendaciones para que padres e hijos mejoren su relación.

  1. Reconocer lo más explícitamente posible las cosas por las cuales hemos estado orgullosos de ellos y lo que hacen bien.

  2. Tener política de puertas abiertas crea un factor de lealtad de los otros niños hacia su familia.

  3. Las redes sociales son muy importantes; los adolescentes que pertenecen a un grupo tienen menos peligro de caer en conductas de riesgo.

  4. Aprender a escuchar con respeto las narraciones que ellos hacen. No enjuiciar, no justificar. Los adolescentes odian que uno minimice sus tragedias.

  5. Dar espacio para hablar de temas difíciles. Cuando uno les conversa, se da permiso para que discutan las situaciones.

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